4/5/17

Transicionas, asciendes, me dejas.

 


Te abrazo como si fueses a convertirte en aire, como si una cuenta atrás me amenazase. Le enseño los dientes pero no se achanta y tú te dejas, pierdes fuerza. Aceptas irte. Asientes y me lanzas a la nada absoluta. Abrazo tu cuerpo suave, aprieto la calidez de este hasta el sangrado de mi pecho. Cierro las pestañas tan fuerte que me vuelvo ciega. Y ya no veo que te vas -o que me voy a la fuerza- pero lo siento en mis palmas.



Te estás volviendo de hielo, pequeña, te estás congelando y no sé con qué más cubrirte si me estoy quedando en pedazos fríos y muertos. Acerco mi boca a tu totalidad y dejo en tu piel mi vaho de veneno, pero sigues temblando y tu inquietud me tambalea. Se descordina en mí el latido, quiere seguirte los pasos, el ritmo, pero te has comido la música. Solo queda llanto y ni siquiera lágrima. Sigo abrazando tu figura evanescente, con miedo, con desesperación y con rabia, pues me agita un vendaval como si fuese la rama débil de un sauce llorón. Enfurezco vuelta en fuego, te odio tanto porque desapareces cuando comienzas a quererme, cuando te atreves a hacerlo. Te muerdo, clamo venganza, muerdo la nada entonces. Caigo al suelo, de rodillas y me estiro de los mechones. Entonces, oh, mi niña, entonces el dolor en mí es tan real que resulta casi físico y no puedo seguir respirando. El dolor es una neblina espesa que ocupa mis pulmones y estos mismos silban si trato de tomar aire, de nadar hacia arriba. Mi pecho se hunde en tu busca por dentro, reminiscencia, siento todo mi cuerpo oprimido, invertido, como si quisiera abrazarse por pena a sí mismo o devorarse por hambre de afecto.La tristeza me consume, me arranca la piel por dentro y fuera para hacerse un abrigo egoísta, mi garganta arde por no poder retener más el grito y el grito nace rompiendo mi voz que ahora es solo ruido. Un ruido que nunca escuchas, que no te despierta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario