11/1/19

Autopsia de un sentimiento.





Tengo los añicos oxidados
y cuando se me clavan en la garganta me impiden gritar que por favor no te vayas, pero supongo que eso es algo que no se pide y si lo tengo que pedir; estoy jodida.









El primer paso para sanar es asumir
y yo asiento a esta historia con el mentón en alto por la culpa de un gatillo
que ni maulla, ni dispara,
pero cómo acojona el maldito,
que me hace acariciarte en busca de suerte
porque tocar madera está muy visto
y al final siempre acabo besando fondo.

Algo no funciona bien aquí dentro desde hace más tiempo del que puedo contar con los dedos.
Quizá si pusieras los tuyos en mis costados concluiríamos en un número,
pero es más seguro que acabasemos follando y que te fueses evanescente
dejando la puerta un poquito abierta para que se me resfríe el pecho y,
a la fuerza, empiece el duelo ese de dejar de quererte,
al menos tanto.

Y sin embargo, no eres tú,
soy más yo,
que llevo arañazos supurando con tono de sempiternos
desde antes de abrir los ojos por primera vez
y ver que el mundo es despiadado.

Habré nacido destinada a que me queme cualquier emoción,
a que me estalle en el pecho el Big Bang
y me salte sangre de amor a la cara
como resultado cada vez que se me acerca alguien con intención de descifrar.

Cuando decido mirar objetiva se me tiñe la vista de rojo,
como los vestidos que nunca te pones,
pero que, preveo, me harían temblar.

Mi generación es cobarde,
pero no escupo hacia ellos porque podrían nombrarme lider
y yo levantaría el mentón para confirmarme.

¿Comprendes el frío que se cuela por mis costillas cada vez que, aunque me mires, no me ves?

No sé si volverás,
por mucho que siempre vuelvas,
aunque un poco más lejana.

No sé si me querrás,
por mucho que siempre me quieras,
aunque no lo hagas bien.

Vivir con miedo es una mierda y no acabo de descubrir América
a pesar de que el carmín que dejo cada vez que maduro podría asemejarse al de la guerra.

Eres la brisa que avisa sumisa de que llega la primavera
mientras suena nuestra canción de fondo y no bailamos,
al menos no con los pies.

A su vez, eres el viento sediento y violento que me prueba cuando llega el invierno.
Ya sabes, exprimiéndome hasta la última gota de la copa a base de sacudidas.

Si no resisto, estoy jodida,
pero que no te sorprenda porque he empezado asumiendo
que renacer me está costando más que aprender a quererme.

Y no me puedo querer directamente,
primero tengo que aprender hacerlo
y después buscaré escusas con tal de procrastinar mi afecto.
Si ya me conozco.
Ya me conoces. 

Aunque a veces resulto impredecible porque llego con brío a la cima,
le sonrío a mi logro y me lanzo a la mar,
a amar,
así, sin comprobar que no hay rocas.

Con lo pesadas que resultan mis piernas y, cuando salto...
no puedo contener a la niña que no deja de brincar inocente.
Me precipito a la nada con una facilidad que da disgusto.

Pero no brinco a voluntad, es mi pequeña interna,
que no puede silenciar las voces ni encender la umbra
porque otros apagaron la luz rompiendo con saña el cristal de las bombillas,
quemando con rencor las llamas del sol.

Aterra adentrarse en las esquinas de mi habitación,
acojona como una cena navideña en la que nadie quiere estar
y nadie puede mirarse a los ojos sin que le tiemblen las pupilas.

Desearía que mis sombras no se sienten en la misma mesa que yo,
que no me abracen por la espalda cuando duermo,
que no tiren de la manta, que me enfermo.

Pero parece que, aunque yo las odio, ellas me adoran,
pues cuando la luz entra y, tan pronto como entra, se va fugaz,
vuelven, nunca olvidan el camino de vuelta casa.

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