— Duele…
— ¿Es suficiente? ¿quieres que pare?
— No pares nunca.
Y no estabamos follando,
estábamos haciendo el amor.
Y no era un amor de cuerpos
porque el amor se hace amando
y la piel es solo añadido.
Por eso tenía el corazón en un puño
y apretando, sangrándolo
dibujaba en la pared un ave que quería salir de la espiral
y no podía hacerlo porque en el fondo no quería.
— ¿Quieres que deje de doler?
— Si de ello depende dejar de querernos. Bienvenida sea la muerte. Oh, bienvenido sea pues el dolor. Le abro las puertas de mi casa, de mi pecho. Qué se instale y expanda como veneno, que me mate, que me mate con amor, que me ame arañando.
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